El VAR le anuló un gol a Montiel y revirtió la decisión del árbitro ante la sanción de un penal a Suárez.
En una “noche épica” como había anticipado Gallardo, River salió desde el minuto uno a revertir el resultado en cancha brasilera. El 0-3 de la ida lo dejaba sin margen de erorr y con la obligación de convertir al menos cuatro goles que lo metieran en la final, sin que Palmeiras convirtiera, claramente. El resultado final fue 2-0 y lo dejó en la puerta de esa instancia, en un partido donde el VAR fue protagonista, al igual que la jerarquía y calidad de juego de un River distinto al partido de ida, pero con las características a las que ya tienen a todos acostumbrados.
Gallardo dispuso el esquema 3-3-2-2 para recuperar estabilidad defensiva sin perder potencia ofensiva. Y le funcionó. El partido tuvo todo lo que el Millonario necesitaba. Intensidad, conexiones, proyección de sus laterales, sorpresa, presión alta, concentración, presencia, temple, coraje, pocos errores y goles. La aparición inicial salvadora de Franco Armani para ahogarle el grito a Rony y los cabezazos goleadores de Robert Rojas y Rafael Borré en el primer tiempo le dieron vida, lo motivaron y le hicieron entender que el milagro era posible. Desde su jerarquía individual hizo explotar su funcionamiento colectivo.
Enfrente estuvo un tímido Palmeiras que desde los segundos iniciales optó por refugiarse, buscar un contragolpe y dejar correr el tiempo. El conjunto brasilero nunca estuvo firme, se vio totalmente superado y abrumado por la situación. River lo acorraló tanto desde lo anímico como desde lo futbolístico. El dominio fue total. El gol anulado de Gonzalo Montiel a través del VAR (por offside de Borré) en el inicio de la segunda parte, la expulsión de Robert Rojas (por una segunda amarilla dudosa) y el penal que le anularon a Matías Suárez por una inexistente falta de Alan Empereur fueron dos gritos ahogados. Intentó hasta el final. Luchó cada pelota. Entregó hasta el alma pero no le alcanzó.
